No más niños golpeados, no más niños traumados. Son tus hijos no los destruyas.
Ella…
era una niña hermosa e indefensa. Siempre vio niños jugar, sonreír, niños felices.
Ella no podía hacerlo, no lo tenía permitido, era un pecado mortal, era un
caos, salir a jugar. Su educación fue diferente, no le faltaba nada, pero al
mismo tiempo le faltaba todo… no era feliz.
Era
una niñez de encierro, de obligaciones de adulto, era solo una niña con seis
años y tenía la obligación de asear la casa, cuidar de su hermana menor, ir a
la escuela y hacer sus tareas.
Las
horas de juego eran contadas, golpes recibía si la veían jugando, si la veían
sonriendo. La peor infancia, la única etapa que no quiere volver a vivir, volver
a sentir, aunque la siente cada vez que la recuerda. De todas las cosas, que ha
vivido es la única que no ha podido superar.
Sus
obligaciones eran de un adulto, de una ama de casa, ella no pidió serlo y sin embargo la obligaron. Era feliz cuando se quedaba sola en casa y al mismo
tiempo se aterraba con la idea de saber que ella regresaría, no sabía si
cuidaba bien de su hermana, no sabía si cocinaba bien, era una niña, cuidando
de otra niña, cuidando de una casa… todos los días deseaba no haber nacido,
deseaba morir, fue la peor etapa de su vida.
Su
padre siempre le dijo: “que había nacido libre”. Sin embargo alguien más le
robaba su libertad, y era capaz de entregar su vida a cambio de ser libre y
feliz.
Hay
personas que conocen el sufrimiento cuando son adultas, ella lo conoció cuando
era una niña, cuando no sabía lo que era bueno o malo, se crió sola, con todo
lo necesario para sobrevivir y eso la hizo fuerte, la hizo vivir más rápido, la
hizo aprender.
Todo
lo que ahora es ella, se forjó en cada día de encierro, en cada noche de dolor,
con cada sonrisa fingida. Con cada espina que día a día se clavaba en su
corazón.
Nadie
nace sabiendo ser mamá o papá, pero todos nacemos sensibles, y quién no podría
ser sensible con una niña de seis años, porqué le gritaban, porqué la golpeaban,
porque la despreciaban, porqué no le preparaban sus alimentos, porque tenía que
hacerse cargo de todo mientras ella no estaba, porque tanto odio hacia una pequeña
que no se podía defender sola, que no podía levantar la voz y ser libre.
Con
cada grito, se le fueron las ganas de sonreír, con cada golpe se le acabaron
las fuerzas y se le cayeron las plumas, sus alas se quedaron vacías e
inservibles. Tal vez ya no tenga alas para volar, pero tiene pies para correr.
Ella
se refugió en el estudio, los libros se volvieron su adicción, las tareas eran su
dosis diaria de felicidad, era el único momento que podía estar feliz, sin
golpes, que disfrutaba ser ella misma.
No
tuvo amistades porque siempre se las prohibieron, la golpeaban si platicaba con
amigas, la golpeaban si se quedaba a jugar con otros niños, la golpeaban si
platicaba con alguien más. En casa tenía todo lo necesario para vivir y ser
infeliz.
Ahora
cada vez que ve un niño humillado, un niño golpeado, un niño torturado, un niño
al que le gritan, recuerda su niñez y maldice al padre o madre que lo hace.
Nos
quejamos de una juventud desordenada, inmersa en las drogas y prostitución, y
cuándo nos hemos quejado de unos padres que no sirven para nada, el hecho de
darles comida, agua, vestimenta, un techo, no significa que son buenos padres,
un hijo necesita de amor, de consejos, de comprensión y una infancia feliz. No
necesita golpes, gritos, maltrato y obligaciones de adultos.
Y
la pregunta es…¿un me perdonas remedia todo? Yo creo que no, destruir la
infancia de un niño es la peor masacre que un humano puede hacer, porque le
destruye el camino completo.